sábado, 17 de marzo de 2018

Mis "metáforas de vida" para Sobrevivir.

La tristeza y la angustia invadió mi infancia, pero aguanté. 

Recuerdo mi infancia, concretamente, a partir del inicio de la escolarización como un momento muy triste y angustioso de mi vida. No entendía las claves sociales y aunque las fui descubriendo poco a poco, no podía ajustarme a los otros con espontaneidad. Mi infancia transcurrió en la más absoluta soledad estando rodeada de gente. Nunca supe como hacer para pertenecer y conectar con la tribu. Nunca tuve amigas. En realidad, no hice nada para tener amigas porque no sabía como hacerlas. A los demás les era tan fácil... ¿por qué a mí no?. Lo más doloroso no era la soledad en sí, sino no poder experimentar las vivencias, las emociones que veía en otros cuando se relacionaban entre sí. Les veía reír y disfrutar cuando estaban juntos. Nunca experimenté ese sentimiento de complicidad social, de disfrute social. Envidiaba sentir todo eso. Era muy doloroso no poder sentir placer social estando con gente. 

El sentimiento de soledad es como estar perdido en un mundo oscuro, es como estar en una jaula, es como estar amordazado, es como estar en una cárcel oscura y fría. Desde la ventana de la celda puedes escuchar sonidos, los ves ir y venir y lo peor: escuchas sus risas. Puedes verles, puedes sentir lo bien que se lo están pasando, pero no puedes compartir, experimentar esas vivencias, esas emociones, esas risas... La soledad lleva a un estado de amargura, de auto-flagelamiento por no ser como los demás, por no disfrutar al igual que los demás. Sientes que en el reparto de la tarta se han olvidado de tí. 

Me refugiaba en mi habitación y muchas veces a llorar a escondidas, a solas. Pero, después de llorar y llorar, algo en mi interior tiraba de mí, como si me arrastraran a la orilla desde las profundidades del océano.  No llegué nunca a  ahogarme del todo, nunca me derrumbé del todo. Siempre había un resquicio por el que ver la luz. Mi mente me obligaba a levantarme. Para mí, "derrumbarse" suponía una debilidad y eso mi mente rígida no me lo iba a permitir. No les dejaría ver al mundo mi vulnerabilidad y con ese propósito mi mente se iba endureciendo para no desfallecer, para levantarse y levantarse después de las hartadas de llantos. No hubiese aceptado ayuda, no hubiese tolerado que me trataran como "niña débil"... eso nunca; así que el dolor solo lo experimentaba a solas. En esa soledad tétrica, mi mente generaba metáforas de vida y una de ellas era la "tortilla de patatas". Siiii... la tortilla de patatas. :-)

Me decía a mí misma que al igual que pasa con la tortilla de patatas -a la que hay que darle la vuelta para que se haga-  a mi vida también se le daría la vuelta. Me imaginaba a mi misma como a una adulta exitosa, independiente y admirada. Admirada para experimentar la visibilidad, para sentir la existencia, la sensación de pertenencia a la tribu. Y, con mucho aguante, fui viendo que a mi vida se le iba dando la vuelta. Llegar a la universidad fue como la evidencia de que esa metáfora de vida tenía validez: mi vida cambió y cambió para mejor, para mucho mejor. 

Otra metáfora de vida que me ayudó a aguantar en los momentos difíciles era  "la barandilla de escalera". Esta metáfora apareció durante el instituto.  Yo necesita un plan de vida que me organizara, que diera sentido a mi vida y lo mejor que encontré fue estudiar. Realmente no es que fuera una alumna brillante, pero estudiar daba sentido a mi vida: había un proyecto (un qué) y una continuidad que contrarrestaban la imprevisibilidad. 

Estudiar me daba seguridad porque había un plan a medio-largo plazo que me organizaba. Estudiar era como subir por una escalera peldaño a peldaño: después de primero vendría segundo, después tercero.... Después del instituto la universidad, después.... La escalera con la barandilla a la cual asirme era una imagen que me venía en los momentos de desfallecimiento: "no sueltes la barandilla, no la sueltes" me repetía a mi misma. 

Durante el instituto sufrí de acoso y eso hizo que perdiera clases, que llegara a casa muy desmoralizada y me encerrase a llorar. No podía estudiar. Pensé en tirar la toalla, pero entonces me vino a la mente una imagen terrorífica: el hueco de la escalera. Si la escalera desaparecía y no podía asirme a la barandilla mi único paisaje sería la nada del agujero de la escalera y me invadía el temor a caerme en él. Pensar en ese agujero profundo y oscuro sin fin era más angustiante que pensar en dejar de estudiar; así que retomé los estudios. Con mucho esfuerzo recuperé las notas y conseguí llegar a la universidad. Como ya he comentado la universidad fue como conseguir una meta de vida. Fue agotador, angustiante, pero lo conseguí. No me siento una privilegiada por haber conseguido lo que he conseguido, me considero una luchadora. 

Llegar a la Universidad fue una primera meta de vida, pero la tristeza y angustia no terminó. Me ha perseguido por años, pero no me he dejado caer. 

Otra metáfora de vida ha sido evitar verme como una indigente. Siempre he tenido miedo a tener que depender de la beneficencia de otros tanto económica, como emocional. ¡¡¡¡Noooo!!!! nunca iba a tolerar ser débil, nunca toleraría recibir ayuda, nunca toleraría ser tratada con pena, con lástima. No querer verme como una indigente me ha perseguido hasta no hace mucho. Eso me ha llevado a sentirme, en muchos momentos, como una fracasada, sobre todo, en el periodo en el que era una mera ama de casa y no conseguía trabajo. Depender de mi marido me atormentaba enormemente, me hacía sentir como una inútil y la angustia perduró y perduró... 

He encontrado unos escritos de cuando tendría unos 29 años aproximadamente en los que expreso la sensación de fracaso y desconsuelo que sentía por aquella época, a pesar de haber conseguido objetivos de vida que a otras personas les parecería loables: tener una carrera, hacer el doctorado y tener mi familia:

"...solo se que últimamente tengo muchas ganas de llorar y que todo me enfada y que, por otro lado, intento dar una imagen serena y de niña feliz, lo cual también me harta. Me duele haber fracasado y no poder reconocerlo. He fracasado conmigo misma sobre todo, y cuando se es una persona egoísta como lo soy yo, eso duele mucho. Me gustaría cambiar, ser diferente, ser simple, tener sentimientos simples en una vida simple, pero no. Es posible que mi parte oscura, mi Dr. Jekyll o m. Hyde, no se quien es el malo, tenga intenciones que yo desconozco". 

Ser dependiente de otra persona me hacía sentir frustrada y débil y lo peor era pensar en la posibilidad de que siempre sería así, que siempre sería dependiente de alguien. No encontrar trabajo me producía gran desasosiego. Se me pasaron por la cabeza ideas de abandono, de terminar con mi vida ("las intenciones oscuras de Hyde")... ¿Qué sentido tiene vivir?. Pero, en esos momentos tétricos, de ojeras profundas por el llanto volvía a aparecer alguna de mis metáforas de vida (mi querida Tortilla de Patata); así que después, de llorar y llorar, flagelarme, cuando recuperaba la calma me obligaba a ver el otro lado de la tortilla: la vida podía cambiar. Con lápiz y papel en mano empezaba a planificar mi vida de nuevo y así hasta ahora. Me he caído muchas veces, pero siempre acabo levantándome... La vida es un constante caerse y levantarse. Es agotador, pero no hay otra...

Y así ha sido y será por siempre: mi querida Tortilla de Patatas me acompañará de por vida...


3 comentarios:

  1. Gracias por tus palabras por dar a conocer la otra mirada del autismo desde. Adentro escribes hermoso
    Me gusta leerte.
    Tengo dos hijos con autismo y esto me hace reflexionar sobre mi infancia ��
    Saludos y que buena esa metáfora!!!!

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    1. muchas, muchas gracias por tu comentario. Que bueno saber que mis escritos puede ayudar a algo... Un abrazo gigante

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    2. muchas, muchas gracias por tu comentario. Que bueno que mis escritos sirvan para algo. Un abrazo gigante... :-)

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