La ansiedad ha sido
mi fiel compañera desde que tengo uso de razón, aunque creo reconocer el
detonante de su inicio.
Al fallecer mi madre
me fui a vivir con una tía, hermana de mi padre, desde los 3 a los 6 años.
Recuerdo esa etapa como la más feliz de mi vida, a pesar de las circunstancias.
Mi tía era una persona muy trabajadora,
más bien callada. No la recuerdo gritar en ningún
momento y la casa respiraba orden y tranquilidad. Yo era una niña independiente
que se entretenía sola con cualquier cosa: con las piedras del patio, mirando
las filas de hormigas, buscando a mi tortuga que se escondía, deslizándome por
el pasillo con una caja de cartón, correteando por el patio buscando los recovecos
ocultos de la casa, simulando que escribía en una hoja de papel, creándome una
pelota con lana, ayudando a mi tía a limpiar…
No recuerdo jugar
con otros niños, a excepción del sobrino de una vecina más o menos de mi edad,
que de vez en cuando venía a jugar conmigo. Cuando venía jugábamos juntos y me lo pasaba bien con él, pero sin él también me lo pasaba bien. No recuerdo necesitar de otros niños para pasarlo bien, pero tampoco me
disgustaba estar con mi vecinito.
Esa placidez cambió
cuando con 6 años volví con mi padre y empecé a ir al colegio. Ese primer día
de colegio supuso un antes y después en mi vida.
El primer día de
colegio me perdí y en lugar de ir a la clase que me correspondía, me metí en
una clase de maternal no sé como. Nadie se percató de mí. Yo estaba sentada en
una sillita paralizada de miedo y nadie se acercó a mí para mostrar preocupación, interés…
nada. Fue mi primera sensación de “vacío”, de “invisibilidad”. En ese aula, yo no
sabía que hacía allí, que tenía que hacer. Ese día me volví “muda” y me
paralice. La niña alegre desapareció y me convertí en una niña temerosa,
asustada y angustiada.
Desde entonces, me
recuerdo con constantes dolores de
estómago y un cansancio muy acusado cuando estaba fuera de casa. Ir al colegio
era una tortura, pero no recuerdo haber faltado a clase. Yo simplemente
aguantaba.
A partir de los
treinta y tantos empecé a tener mareos, dolores de cabeza crónicos,
desvanecimientos. Mi médico me derivó al psiquiatra pensando que se trataba de
una Distimia, pues todos los análisis clínicos estaban perfectos y no
explicaban la sintomatología. Como buena paciente, un poco extrañada por la
decisión de mi médico, acudí a la cita con el psiquiatra. Creo que el
psiquiatra me vio bastante “cuerda” y racional.. vamos que no vio indicios de ningún
trastorno mental y su conclusión fue que yo era un tanto obsesiva y que tenía
el Síndrome del Cansancio Crónico.
El año pasado, las
piezas del puzzle empezaron a cuadrar. Cuando consulté con expertos en TEA y me
confirmaron el Asperger empecé a entender. Uno de esos grandes expertos me dijo
que si, que la condición asperger estaba, pero que en mí lo que más prevalecía
y me condicionaba era la ansiedad…. Y ahí es cuando entendí mi “asperansiedad”.
Me da ansiedad todo:
- Cuando me levanto por las mañanas ya me invade, sin más, la ansiedad. Solo en pensar en los posibles imprevistos que me voy a encontrar a lo largo del día ya me crea angustia.
- Cuando tengo que ver gente. Llegar al trabajo y tener que ser simpática, saludar, sonreir, despedirme. Todo eso me agota porque no me sale espontáneo. Hago todo lo posible por llegar al trabajo y meterme en mi despacho rápido.
- Cuando me encuentro a alguien conocido en la calle sin yo esperarlo. Si puedo desvío la ruta o simulo no verle y si no puedo simulo alegría y busco el momento de marcharme sin resultar muy maleducada.
- Cuando me encuentro alguien conocido en la cola de espera del supermercado. Simulo lo mejor que puedo no verle. Cuando soy descubierta por el otro, simulo sorpresa y le sigo el hilo. Dentro de mí, me invade una sensación de angustia que ya solo se apaga cuando llego a casa, al portal de casa.
- Cuando tengo que preguntar a desconocidos: al dependiente de una tienda, por ejemplo. Prefiero los grandes comercios en los que coges lo que necesitas, pagas y te vas sin tener que hablar con nadie.
- Cuando tengo que ir sola a algún sitio. Me siento muy vulnerable, como perdida y si no es imprescindible, me quedo en casa. Solo salgo de casa si tengo un propósito urgente.
- Cuando tengo que ir a la peluquería. Durante muchos años he llevado el pelo largo, no por estética, sino por el agobio que me supone ir a la peluquería. Tener que estar varias horas en un lugar en el que el tiempo se me hace eterno y tener que dar conversación y hablar sobre mí a personas a las que realmente no les intereso. ¡¡¡Es un horror!!!!
- Cuando suena el teléfono. Suelo tener la alarma desconectada porque solo escuchar el sonido me altera. Me sube la tensión al doscientos por cien. Si puedo, evito cogerlo pues las conversaciones telefónicas me crean tensión. No me gusta, ni siquiera, que me llamen para felicitarme por mi cumpleaños... ¡¡¡Que agobio!!! tener que simular agradecimiento. Prefiero manejarme con mensajes escritos, aunque también me crean ansiedad.
- Cuando suena el timbre de la puerta de casa y no espero a nadie, aunque sean conocidos. En muchas ocasiones, simplemente no abro.
- Cuando vienen conocidos a casa. Ser anfitriona me crea mucha, mucha, mucha tensión. El tener que estar pendientes de todos me abruma y me cansa. No disfruto de las visitas. La verdad es que vienen pocas visitas a casa.
- Cuando tengo que ir a visitar a familiares y "amigos". Eso también me crea tensión. Tener que intentar ser simpática durante tres o cuatro horas…. ¡¡¡ufffff¡¡¡¡¡ me ahogo.
Podría describir mil
situaciones que, entiendo son inocuas para la mayoría de la gente. Sin embargo,
a mí me superan. Y así es todos los días.
Mi “asperansiedad” me
debilita de forma desmesurada. Así que cuando llego a casa estoy muy agotada,
como si hubiese corrido un maratón.
No he conseguido
superarla. Simplemente, la aguanto, como si de un dolor crónico se tratara. Hay
días que es más intensa y otras menos. Hay días que no tengo ansiedad, pero son
los menos.
Es curioso, por
fuera parezco una persona muy estable, controlada, segura de mí, pero en mi
cabeza hay un volcán en erupción.
Me identifico contigo en todo, pero yo no tengo un diagnóstico, más que el propio.
ResponderEliminarEs complicado tener un diagnóstico oficial. A mí un profesional me ha dicho que si, que soy Asperger y otro que no, que tengo un "poquito", que tengo un Fenotipo Autista Ampliado... Es muy complicado encontrar profesionales que puedan entender....
EliminarMe has dejado paralizada. Simplemente es lo que me pasa, aunque no puedo tampoco seguir escribiendo. Me veo como en un espejo. Lloro.
ResponderEliminarTodo eso me sucede, es increíble por todas las tensiones que pasamos las personas asperger.
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