sábado, 10 de junio de 2017

Mi salvación: La Universidad.



No fue fácil llegar a la universidad, no porque no tuviera capacidades (bueno, eso pienso yo), sino por los obstáculos que me fui encontrando, algunos relacionados con cuestiones académicas (si.. tuve algunos problemas) y otros por el angustiante paso por los ciclos escolares siendo un fantasma, un ser inerte rodeado de gente.

No he sido una niña muy aplicada, la verdad. Siempre dejaba los deberes para el final del día por mi tendencia a la procrastinación. Recuerdo que al llegar del colegio lo único que me apetecía era "engancharme" a la televisión. Era una actividad pasiva que me evadía, me relajaba, me hipnotizaba. Solía estudiar por la noche, acurrucada en la cama debajo de las mantas y con mi linterna que enfocaba al libro. Ahora pienso que, tal vez, eso me ayudaba a focalizar la atención al máximo pues se disipaban todos los estímulos del entorno. Era una especie de burbujita calentita. Naturalmente, mi padre se enfadaba, pero en cuanto él desaparecía de la habitación volvía a esconderme bajo las mantas a seguir estudiando. Creo que fue de las pocas normas que transgredí. 

Recuerdo que no me costaba asimilar los contenidos en clase y tenía una sensación de poder enfrentarme a cursos más avanzados. No, no creo que fuese inteligente, sino que me era fácil asimilar los contenidos teóricos. Otra cosa era hacer redacciones, crear historias. Ahí, lo pasaba francamente mal. Recuerdo que en algún curso nos hacían hacer redacciones sobre temáticas diversas. Yo me quedaba en blanco. No sabía que poner. En clase estaba muerta de miedo temiendo que la profesora me hiciera exponer mi trabajo en público. Haciendo memoria, creo que nunca ocurrió. Nunca me hicieron hablar en público. Eso me sorprende ahora. Yo, por otro lado, escuchaba muy activamente a mis compañeras para intentar aprender. Las escuchaba y hacía "recortes y pegas" cogiendo las ideas de unas y otras para elaborar mis redacciones. Creo que intenté copiar el estilo de una de ellas. Como me costaba hacer redacciones, durante un tiempo me obsesioné en hacer pequeños cuentos. 

Mis problemas con la expresión y la ortografía perduraron por tiempo hasta que un profesor en el instituto me dijo que si no mejoraba en ellos, me iba a suspender a pesar de conocer los contenidos teóricos de la asignatura. Eso, en lugar de hundirme, me obligó a esforzarme. Así que empecé a leer. Recuerdo que el primer libro que leí fue Nana de Emile Zola. No se cómo llegó a mis manos, pero recuerdo perfectamente que fue ese libro. A partir de ahí ya vino Henry Miller, Camus, Neruda... De no leer nada, empecé a leer de forma apasionada. Tan apasionada que me encerraba en mi habitación y leía teniendo a mano fichas en las que escribía frases de los textos que me llamaban la atención. Esas fichas las guardaba en una cajita. Era mi cajita especial. No solo leía, sino que reflexionaba, teorizaba, filosofaba conmigo misma... Era un momento mágico.

Conseguí aprobar la asignatura. 

Además de los problema para expresarme a nivel escrito (y no os digo nada, a nivel oral), también me costaba entender algunas preguntas de los exámenes (mi cerebro hacía cosas extrañas, creo que no interpretaba bien el sentido de algunas preguntas). Una profesora me dijo que me tenía que suspender, a pesar de demostrar los conocimientos teóricos, porque tenía dificultades para concentrarme en los exámenes. Sin embargo, yo no recuerdo ser una niña distraída o ensimismada. Más bien todo lo contrario, me centraba en las explicaciones de clase y no me "desenganchaba". Si que es cierto que me costó seguir el hilo de alguna asignatura (las matemáticas de lo que antes era 3º de BUP). En esas situaciones, mas que distraerme, me quedaba bloqueada. Estaba tan tensa por no poder seguir el hilo de la asignatura, que me quedaba paralizada, no me movía, pero tampoco podía escuchar. No es que no quisiera, sino que no podía. No era desatención, era bloqueo emocional por la gran tensión. Por tanto, no considero que fuese una niña o chica inatenta... tenía que ser otra cosa. Por otro lado, mi cerebro era "cuasi disléxico" (no se cómo definirlo). Así, por ejemplo, si en el ejercicio había un signo + yo lo procesaba de otra forma y hacía otra operación (mi cerebro no traducía bien lo que veía... ¡¡¡es extraño!!!). 

También recuerdo que era lenta copiando de la pizarra y como no me atrevía a pedir ayuda o a preguntar a mis compañeras (creo  que ni siquiera pensé que podría hacer eso) no me enteraba de muchas cosas.  

A pesar de todo ello fui superando los cursos. 

El mayor problema fue la invisibilidad social y el acoso que sufrí en el instituto. Durante la mayor parte del tiempo transcurrido en el instituto no tuve amigos y pasaba los tiempos de recreo sola en la biblioteca. Realmente no aprovechaba el tiempo para estudiar, sino que era una excusa para esconderme, para ocupar el tiempo hasta que se retomaran las clases. Mientras, mis compañeros se relajaban y se lo pasaban bien. Eso me producía mucha tristeza y frustración. El acoso, fue -diría yo- de tipo sexual. Un grupo de chicos, a la salida del instituto me seguían y canturreaban cosas obscenas por la calle. Eso ocurría todos los días. Nadie vino a ayudarme. Yo, aguantaba estoicamente, pero al llegar a casa no podía hacer otra cosa que llorar a solas. Naturalmente, mi mente no estaba receptiva para estudiar. Nunca dije nada. No sabía que eso estaba mal. Pensaba que yo era la que estaba defectuosa. Para evitar encontrarme con esos chicos a la salida, decidí irme a casa en el momento de patio, por lo que dejé de asistir a las clases de depués del recreo. Entonces no se controlaba la asistencia; por tanto, perdí muchas clases.

Naturalmente, mis notas bajaron y repetí curso pero, a pesar de todo, seguí adelante. Me vinieron pensamientos de abandono, de querer dejarlo, pero verme fuera de la rueda escolar-académica me daba mas miedo. El abandono suponía enfrentarme al abismo, al vacío, a la nada. El transcurso académico era mi barandilla. Era como subir por una escalera agarrada a una barandilla. Había una estructura ("escalones"): después de primero iba segundo, después tercero, después... Dejar de estudiar suponía soltar la barandilla y caerme por el hueco de la escalara.. la nada, lo imprevisible. Estudiar era lo único que daba un poco de sentido a mi vida, lo que llenaba mis tiempos. 

Con esfuerzo accedí a la universidad. No accedí a la carrera que realmente me apetecía de verdad, pero no me supuso un drama pues fui encontrando materias que me fueron gustando y, algunas, apasionando. La universidad fue mi salvación. Decidí estudiar en el grupo de tarde, con "los mayores" (estudiantes que trabajaban a su vez). Pensé que me adaptaría mejor con personas más mayores que con los de mi edad. Y, así fue. 

El periodo de la universidad me ayudó a confiar en mí. Estudiar se convirtió en el verdadero sentido de mi vida. Empecé a disfrutar aprendiendo y me volví muy exigente conmigo misma. Mis compañeros me valorizaban y mi autoestima se curó. Algunos profesores me transmitieron su satisfacción con mi trabajo y uno de ellos, incluso, me propuso incluirme en su equipo de investigación y hacer el doctorado (que al final no terminé). No conseguí amigos, aunque si me relacionaba con algunos compañeros de forma superficial. Las relaciones sociales no trascendieron en amistades profundas, pero yo me sentía bien... Estudiar y disfrutar estudiando compensó todo el tiempo vivido a lo largo de todo el proceso de escolarización. Recuerdo, como anécdota, que varios de mis profesores alabaron mi expresión y redacción...¡¡¡¡!!! Valió la pena todo el esfuerzo y el aguante del vacío social... 

... Valió la pena. 



2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por compartir. Una gran experiencia. Mucha fortaleza, resiliencia, ganar de seguir adelante.

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