No recuerdo muy bien cuando decidí disfrazarme de mujer. Creo que fue a los 16 años. Antes no le daba mucha importancia al aspecto físico.
A partir de los 16 años decidí ser femenina. Me vestía con vestidos ceñidos, faldas por encima de la rodilla, zapatos de tacón y me maquillaba. Quería parecer lo más femenina que podía y sabía con mis posibilidades (más creativas que económicas).
Recuerdo pasar tiempo mirándome al espejo representando miradas. Me gustaba mirar mis ojos. Me parecían bellos y yo los hacía resaltar.
También me gustaban mis piernas y mis caderas. Me acabaron gustando mis piernas y mis caderas. Antes no era así. Cuando mi cuerpo fue cambiando no me gustaban mis caderas. Pasé de ser una niña esmirriada a cambiar sin previo aviso. Veía mis caderas y me sentía deforme, gorda y me obsesioné con el peso. Llevaba un control de lo que comía en un diario que dedicaba solo para eso. Me obsesioné. No me gustaba mi cuerpo.
No se cuando fue que decidí interesarme en el aspecto físico externo y decidí ser femenina. Quería parecer una mujer, una mujer femenina. Creo que, en cierta manera, lo conseguí. Ahora, a mi edad, sin dejar de ser femenina, ya no cuido tanto el aspecto físico. Siendo joven podía pasar todo un día y el anterior planificando mi aspecto físico cuando tenía una salida. Ahora lo recuerdo... y me parece agotador.
Eso ocurría los días que iba a salir. El resto de días, si estaba en casa mi aspecto físico me daba igual. Y, reconozco (me da un poco de vergüenza) que podía estar sin ducharme, sin peinarme, sin cambiarme de ropa todo el tiempo.
Por fuera era femenina cuando salía, cuando tenía que enfrentarme al mundo. Pero, a pesar de parecer mujer por fuera, no me iba identificando con el rol de mujer, con lo que se espera que tiene que hacer una mujer. Esto ya lo he comentado en otras entradas del blog. Nunca he sentido la necesidad de ser madre, de volcarme en los demás. He adolecido de la típica "empatía femenina" y de las expectativas de vida de una mujer. Ellas hablaban de chicos y deseaban casarse y tener un marido e hijos. Deseaban una casa bonita que limpiarían y dejarían "como los chorros del oro" para las visitas. Yo, no. Solo pensar en ello, me daba un vuelco la cabeza, el corazón y toda mi esencia humana. Nunca lo dije para evitar los comentarios insidiosos.
Ahora, en las reuniones con mujeres, siempre sale el tema de los hijos. A mí me colapsa hablar de ello. Les gusta alardear de ellos, son su "triunfo social" que tienen resaltar en sus vidas. Yo, les pregunto por sus hijos porque se que les encanta, pero a mí me da igual si sus hijos ya van a la universidad, si ya han dicho las primeras palabras, sin son los primeros de la clase, si ya saben ir en bicicleta sin ruedines, etc. En sus conversaciones intentan convencerme que sus hijos son mejores que el resto de niños del planeta. Compiten entre ellas. Sus hijos son seres supremos y esperan que tu pienses lo mismo. Me abruma, me aburre, me irrita. Por otro lado, a mi no me gusta hablar de mi vida personal, familiar y cuando lo intentan de la forma lo mas sutil posible, evado la conversación como puedo. La verdad es que nunca he tenido complicidad con el "mundo femenino".
Lo peor de las conversaciones con mujeres es cuando te preguntan cuándo vas a tener otro hijo y si dices que no lo tienes planeado (para evitar decir un tajante: Nunca), te miran con cara de obtusas (desde mi punto de vista) y te "preguntan": "¿sólo te vas a quedar con una?". Entonces, me pregunto: ¿ser mujer es proporcional a la cantidad de hijos que tienes?... Me he sentido muy culpable por no ser tan mujer como ellas. Menos mal que ya tengo una edad y ya no tengo que soportar esas insinuaciones que me han hecho sentir menor, que me han hecho sentir como una mujer de segunda categoría.
Soy mujer por fuera, pero no por dentro. Por dentro, solo soy Persona.
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