martes, 2 de diciembre de 2014

Mi límite para socializar con éxito




Siempre he querido tener amigos y relacionarme, pero tengo la impresión de "no encajar del todo". Es cierto que con algunas personas me siento cómoda y me encuentro más espontánea, pero incluso con ellos acabo agotándome. Es como si se me fueran "acabando las pilas", mis "pilas sociales". 

Cuando salgo por un tiempo, como una cena, una comida, empiezo bien. Soy capaz de seguir la conversación, participar al principio, pero a medida que transcurre el tiempo, me quedo sin recursos: ya no se me ocurren cosas que decir y me cuesta seguir el ritmo social de la velada. 

Hace unos meses, me atreví a salir un fin de semana largo con algunos amigos "muy amigos", pero lo más que pude aguantar fueron dos días seguidos. Una amiga planificó un viaje teniendo en cuenta mis intereses de ocio de ese momento (los castillos). El poder hacer noche en una habitación de hotel me ayudaba a recuperarme del cansancio social del día, pero el tercer día compartimos todos en una casa alquilada para la ocasión. El tener que estar las 24 horas del día con otras personas -incluso muy amigos- me saturó. Todos estaban contentos. Por la noche, después de la cena decidieron pasar el tiempo  jugando a un juego de mesa que no recuerdo cual era. Yo les dije que me iba a dormir. En realidad me fui a llorar. 

Subía por la escaleras arrastrando mi frustración y como pude llegué a la cama y tapándome la cabeza con la sábana, mientras escuchaba sus risas, me puse a llorar. A Llorar por no poder seguirles, por no poder estar con ellos divirtiéndome como ellos. Que frustrante es no poder estar con ellos divirtiéndome siendo, además, gente que me aprecia y a la que yo aprecio. ¿Por qué no puedo?, ¿qué es lo que me impide poder seguirles, seguir su fluidez social?

Tras una noche sin dormir, por la mañana me levanté sin poder restituirme y ya no solo era tristeza lo que sentía, sino que la tristeza se entremezclaba con enfado, frustración, rabia... todo junto. ¿Con ellos? No. Conmigo, aunque mi irritabilidad, sin querer, les salpicaba también a ellos. El enfado era conmigo misma por no poder relacionarme como ellos, de una forma natural, sin pensar... dejándote llevar...¡¡¡Yo no se hacer eso!!! Creo que empecé a sentir celos, envidia por no ser como ellos, por no disfrutar con ellos, como ellos. Sus risas ya me parecían odiosas y sus comentarios estúpidos... ¡¡¡Ya no podía más!!!

El último día me volví huraña y aunque intentaba que no se me notara, no pude fingir y creo que se dieron cuenta. No se simular emociones o estados que no siento. Empezaba a evidenciarse el otro yo mío, el que siempre he querido esconder, el Yo de la frustración social. Ese yo se vuelve odioso, pues adopta una actitud infantil, como de niño que se enfurruña. Cuando adopto esa actitud ya no puedo salir de ahí, no puedo cambiarla. Solo puedo huir, esconderme para que no siga saliendo a la luz ese Yo odioso. 

Llegar a casa, entonces, se vuelve una necesidad absoluta, imperiosa, necesaria para poder esconderme y que no me vean, pues el sentimiento de ineptitud se va acrecentando de forma exponencial. Se hace preciso llegar a casa -a mi refugio- para llorar, de nuevo, a solas y poder descargar toda la frustración. 

Así, pues, el día que tocaba retornar, el deseo de llegar a casa, a mi "huevito", a mi "burbujita" se hacía cada vez más imperioso y mi tensión se traducía en bloqueo emocional. Durante todo el viaje de vuelta (unas cuatro horas) me quedé paralizada y muda. No pude hablar, ni moverme. 

El momento de la despedida también fue tenso para mí y me imagino que para el resto también pues no debían entender mi actitud pues para ellos mi cambio de humor debió de producirse "como de repente".  Cuando mi humor viró hacia la irritabilidad para ellos debió de ser algo raro, incomprensible porque no hubo nada que ellos hicieran que me pudiera molestar y no pasó nada que "aparentemente" pudiera ocasionarme ese cambio de humor. Ellos no debían entender, aunque eso lo comprendo ahora desde la perspectiva.

Al llegar, bajamos del coche para ejecutar el susodicho ritual de despedida. Me despedí de ellos como si fueran extraños, como si fueran desconocidos, de una forma un tanto fría... No pude hacer otra cosa. Estaba tan bloqueada que mis recursos sociales se congelaron. "Quiero estar en casa", "quiero estar en casa", "quiero estar en casa" me decía a mi misma. Necesitaba huir de allí inmediatamente y esconderme de ellos, del mundo, de mis miserias.

Cuando llegué a casa, la tristeza se apoderó de mi: ¿es que nunca voy a conseguir disfrutar con gente, incluso con los "muy amigos"?

No consigo conectar ni con gente conocida que aprecio, por mucho tiempo ... Creo que nunca voy a saber lo que es disfrutar estando con gente. 

Nunca más he vuelto a salir un fin de semana con amigos. Se que no puedo. Me lo han propuesto otras veces, pero el recuerdo de mi ineptitud social en esas situaciones es tan abrumador que no quiero volver a sentir lo mismo. No quiero que salga ese Yo infantil y odioso, huraño. No quiero que tengan que ver esa parte de mí pues me hace sentir muy mal y mi autoestima social de derrumba. Por otro lado, no quiero que tengan que soportar a ese Yo mío odioso, difícil de descifrar, que se vuelve irritable y que aparece "como de repente". 

Ese Yo infantil y odioso sale cuando me bloqueo, cuando ya no puedo seguir siendo social, "aparentemente" social y se rompe la imagen que los demás tienen de mi de persona agradable. Dejo de ser la persona que esperaban ver. Por tanto, prefiero evitar las situaciones sociales que se que no puedo manejar con cierto éxito. 

Seguramente me pierdo algo muy especial que nunca saborearé. Debo de hacerme a la idea de que es así, de que va a ser así...


3 comentarios:

  1. A lo mejor simplemente habría que aceptarlo, que cuando sales sabes que lo más seguro es que acabes no teniendo el recuerdo de haber disfrutado. Si te sirve de algo, yo ya he asumido que cuando salgo con gente neurotípica no disfruto. Y, asumiéndolo, las reuniones sociales que yo tengo me van mucho mejor. Socializo cómo y lo que quiero y me va mucho mejor. Y, además, si es con gente que me acepta, pues al final la cosa no sale tan mal. Es cuestión de aceptar que no disfrutas, de ser algo más realistas. Igual asumiéndolo, puede que vayas a mejor. No sé, es una opinión.
    ¡Ánimo! Que nunca es tarde para volver a empezar. Besos.

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  2. Pues que quieres que te diga, a mí me pasa absolutamente igual. Cuando iba leyendo tus palabras me veia en ellas a mi misma con la diferencia que yo no hubiera podido programar estar varios días. Imposible!!!! Me hubiera destruido, me hubiera hecho mucho daño, no hubiera sabido salir y es por lo que lo acepto con anterioridad y no me lo propongo, pues inclusive en ocasiones de más corto espacio de tiempo, tengo que huir a casa y refugiarme para llorar. Asumo algo, pero no lo llevo demasiado bien o no todo lo mejor que yo quisiera. Dificil. Besos.

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    1. si... es difícil. Estoy aprendiendo a seleccionar mejor los momentos y a ser pragmática. Es decir, a concienciarme de que no voy a disfrutar, a no hacerme ilusiones. Para mi muchos encuentros sociales los asumo como trámites sociales. Así, puedo sobrevivir sin que me invada la ansiedad. :-) Saludos y gracias por seguir el blog

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